La villa ai tropici
da Domus 926 giugno 2009
di Massimiliano Di Bartolomeo
Gio Ponti. La Villa Planchart a Caracas
A cura di Antonella Greco, Edizioni Kappa, Roma 2008 (pp. 198, € 40,00)
"Hubo una vez un arquitecto que hablaba de la arquitectura moderna en los trópicos, y que para proyectar una casa envió cartas y telegramas, o habló largamente por teléfono "tratando de aferrar la materia impalpable para transformarla en arte." La fábula de la Villa Planchart, originalmente El Cerrito, es contada por Antonella Greco, y basta cerrar los ojos para anticipar con la imaginación las cerámicas de Melotti, los colores de la obra de Morandi, las lacas blancas y negras de Fornasetti, así como los engranajes de una tecnología todavía ingenua, inventada para hacer mover aperturas y paredes y permitir a la mirada cruzar hacia donde se quiera. Luego Hannia Gómez escribe de la señora Anala Braun, y de sus recuerdos: de su marido Armando Planchart Franklin, y de su amigo el arquitecto milanés, que cada vez que vino a encontrarlos, se iba con los bolsillos llenos de hojas recogidas en el jardín.
Era Gio Ponti, quien en el '53 les hizo imaginar que su casa sería "graciosa como una gran mariposa en la cima de la colina." La Villa Planchart, precisamente, posada sobre una colina de Caracas. Todo empieza en la Via Dezza 14, en Milán: es 1953 y la pareja Planchart ha conseguido, a través de la embajada venezolana, una cita con Gio Ponti. Los tres sentados alrededor del tecnígrafo, la luz se escapa por entre las persianas y rebota sobre el piso, iluminando maquetas y modelos, dibujos técnicos y bosquejos, números de Domus por todas partes, cuando Ponti pregunta: "bien, díganme qué cosa esperan de una casa". Pregunta maravillosa, decisiva, íntima, que pone el tema del habitante como el primer e imprescindible vínculo del proyecto. Anala contestó que habría querido ver la espléndida montaña del Ávila desde cada lugar, mientras el señor Planchart pidió que su colección de orquídeas, dos mil ejemplares, pudiera estar completamente contenida etre las paredes de la casa. Por lo tanto, una casa sin paredes, que contuviera orquídeas y que permitiera observar una montaña desde cada rincón: Ponti empezó a diseñar enseguida. Les enseñó a la pareja un primer bosquejo, una casa baja con múltiples arcos: "¡no me gusta", dijo enseguida la señora Planchart", "¡yo quiero una casa moderna!".
Así, manifestado hasta el último detalle, ya se podía empezar a proyectar. Y el segundo bosquejo, esta vez trazado con más atención y cuidado, permite partir los Planchart conscientes de que están a punto de realizar la casa de su vida. De este momento en adelante el proyecto se convierte en poesía, íntima relación entre el arquitecto y los clientes, entre los cuales se establece una relación epistolar, y no sólo ello. Cartas, telegramas y despachos son capaces de alcanzar a los Planchart en todo sitio: también hasta el barco Stella Polaris, mientras la pareja estaba llegando al Cabo Norte. Más de quinientas comunicaciones que prometieron, adelantaron, contaron cada instante proyectual que atravesó el estudio de Via Dezza y la creatividad del maestro. Y como poesía, el habitante que entra en la casa es aturdido por el perfume de las orquídeas, aún antes que por la arquitectura y por las obras de arte en ella contenidas. Los orquidearios están en otro lugar, accesibles por un largo camino, una auténtica promenade, mientras que las orquídeas floridas se hallan dispuestas en todas partes dentro de la casa: en un relevo continuo entre nueva floración y marchitez. Ponti ideó 'macetas' y "jardines portátiles", bandejas metálicas que se integraron y encajaron entre las losas de los pisos, volviendo al elemento floral parte material y constructiva de la entera casa: un verdadero himno al arte total. Violentamente reabrimos los ojos, y el perfume de las flores deja espacio a la realidad contada por Fulvio Irace que, al describir a Caracas de noche, habla de "una carbonera ardiente, un escenario de catástrofe atómica que se traga lo poblado y le otorga a El Cerrito la imagen del inesperado y precario refugio de las urgencias del fuego." Los barrios han devorado la megalópolis, asediando así a las escasas y precarias balsas de la belleza. La diamantina, la otro pequeña joya de Ponti, fue ya destruida para dejar espacio a la ciega especulación. Y entonces, para rechazar el horror del presente, aún es bello cerrar los ojos y probar volver a pensar en aquel tiempo: cuando la arquitectura de una casa era como una historia contada en poesía sobre la intensa relación entre un arquitecto milanés y una pareja de venezolanos, iluminados y apasionados por las flores. Y que luego, en esa casa, vivieron por muchisimos años, felices y contentos."/
"C'era una volta un architetto che parlava di architettura moderna ai tropici, e che per progettare una casa spediva lettere e telegrammi, o parlava lungamente al telefono: "cercando di afferrare una materia impalpabile per trasformarla in arte". La favola di villa Planchart, originariamente El Cerrito, ce la racconta Antonella Greco, e basta chiudere gli occhi per anticipare con l'immaginazione le ceramiche di Melotti, i colori dell'opera di Morandi, le lacche bianche e nere di Fornasetti, piuttosto che gli ingranaggi di una tecnologia ancora ingenua, inventata per fare muovere setti e pareti e permettere allo sguardo di traversare verso ogni dove. Poi Hannia Gomez scrive della signora Anala Braun, e dei suoi ricordi: del marito Armando Planchart Franklin, e dell'amico architetto milanese, che ogni volta che veniva a trovarli, andava poi via con le tasche piene di foglie raccolte in giardino.
Il Gio Ponti, quello che nel '53 gli faceva immaginare che casa loro sarebbe stata "leggiadra come una grande farfalla in cima alla collina". Villa Planchart, appunto, adagiata su una collina di Caracas. Tutto comincia in via Dezza 14, a Milano: è il 1953, e i coniugi Planchart hanno ottenuto, tramite l'ambasciata venezuelana, un appuntamento con Gio Ponti. Sono tutti e tre seduti attorno al tecnigrafo, la luce sfugge tra le persiane e rimbalza sul pavimento, illuminando plastici e modelli, disegni tecnici e schizzi, copie di Domus ovunque, quando Ponti domandò "bene, ditemi che cosa vi aspettate da una casa": domanda meravigliosa, decisiva, intima, che pone il tema dell'abitante come primo e imprescindibile vincolo di progetto. Anala rispose che avrebbe voluto vedere la splendida montagna Avila da ogni lato mentre il signor Planchart chiese che la sua collezione di orchidee, duemila esemplari, potesse essere completamente contenuta tra le mura della casa. Quindi, una casa senza mura, che contenesse delle orchidee e che permettesse di osservare una montagna da ogni angolo: Ponti cominciò a disegnare immediatamente. Mostrò ai coniugi un primo schizzo, una casa bassa con molteplici archi: "non mi piace" disse subito la signora Planchart, "voglio una casa moderna!".
Così, manifestato anche l'ultimo vincolo, adesso si poteva cominciare a progettare. E il secondo schizzo, questa volta tracciato con più attenzione e cura, lascia partire i Planchart consapevoli che stanno per realizzare la casa della loro vita. Da questo momento in poi il progetto diventa poesia, intima relazione tra l'architetto e i committenti, tra cui si instaura un rapporto epistolare, e non solo. Lettere, telegrammi e dispacci capaci di raggiungere i Planchart ovunque: anche sulla nave Stella Polaris, mentre i coniugi stavano raggiungendo Capo Nord. Più di cinquecento comunicazioni che promettevano, anticipavano, raccontavano ogni istante progettuale che attraversava lo studio di via Dezza e la creatività del maestro. E come poesia, l'abitante che entra nella casa viene stordito dal profumo delle orchidee, ancor prima che dall'architettura e dalle opere d'arte in essa contenute. Gli orchideari sono altrove, raggiungibili attraverso un lungo cammino, autentica promenade, mentre le orchidee fiorite sono sistemate ovunque all'interno della casa: in una staffetta continua tra nuova fioritura e appassitura. Ponti ideò delle 'fioriere' e dei "giardini portatili", vassoi metallici che si integravano, e incastravano, nell'impaginato dei pavimenti, rendendo l'elemento floreale parte materica e costruttiva dell'intera casa: vero inno all'arte totale. Violentemente riapriamo gli occhi, e il profumo dei fiori lascia spazio alla realtà raccontata da Fulvio Irace che, nel descrivere Caracas di notte, parla di "una carbonella ardente, scenario da catastrofe atomica che inghiotte l'abitato e conferisce a El Cerrito l'immagine di inaspettato e precario rifiuto dall'urgenza del fuoco". Le favelas hanno divorato la megalopoli, assediando così sparute e precarie zattere di bellezza. La diamantina, altro piccolo gioiello di Ponti, è già stata distrutta: per lasciare spazio alla cieca speculazione. E allora, per respingere l'orrore del presente, è ancora bello chiudere gli occhi e provare a ripensare a quel tempo: in cui l'architettura di una casa era come una storia raccontata in poesia, intenso rapporto tra un architetto milanese e due coniugi venezuelani, illuminati e appassionati di fiori. E che poi, in quella casa, ci vissero per moltissimi anni, felici e contenti."
Era Gio Ponti, quien en el '53 les hizo imaginar que su casa sería "graciosa como una gran mariposa en la cima de la colina." La Villa Planchart, precisamente, posada sobre una colina de Caracas. Todo empieza en la Via Dezza 14, en Milán: es 1953 y la pareja Planchart ha conseguido, a través de la embajada venezolana, una cita con Gio Ponti. Los tres sentados alrededor del tecnígrafo, la luz se escapa por entre las persianas y rebota sobre el piso, iluminando maquetas y modelos, dibujos técnicos y bosquejos, números de Domus por todas partes, cuando Ponti pregunta: "bien, díganme qué cosa esperan de una casa". Pregunta maravillosa, decisiva, íntima, que pone el tema del habitante como el primer e imprescindible vínculo del proyecto. Anala contestó que habría querido ver la espléndida montaña del Ávila desde cada lugar, mientras el señor Planchart pidió que su colección de orquídeas, dos mil ejemplares, pudiera estar completamente contenida etre las paredes de la casa. Por lo tanto, una casa sin paredes, que contuviera orquídeas y que permitiera observar una montaña desde cada rincón: Ponti empezó a diseñar enseguida. Les enseñó a la pareja un primer bosquejo, una casa baja con múltiples arcos: "¡no me gusta", dijo enseguida la señora Planchart", "¡yo quiero una casa moderna!".
Así, manifestado hasta el último detalle, ya se podía empezar a proyectar. Y el segundo bosquejo, esta vez trazado con más atención y cuidado, permite partir los Planchart conscientes de que están a punto de realizar la casa de su vida. De este momento en adelante el proyecto se convierte en poesía, íntima relación entre el arquitecto y los clientes, entre los cuales se establece una relación epistolar, y no sólo ello. Cartas, telegramas y despachos son capaces de alcanzar a los Planchart en todo sitio: también hasta el barco Stella Polaris, mientras la pareja estaba llegando al Cabo Norte. Más de quinientas comunicaciones que prometieron, adelantaron, contaron cada instante proyectual que atravesó el estudio de Via Dezza y la creatividad del maestro. Y como poesía, el habitante que entra en la casa es aturdido por el perfume de las orquídeas, aún antes que por la arquitectura y por las obras de arte en ella contenidas. Los orquidearios están en otro lugar, accesibles por un largo camino, una auténtica promenade, mientras que las orquídeas floridas se hallan dispuestas en todas partes dentro de la casa: en un relevo continuo entre nueva floración y marchitez. Ponti ideó 'macetas' y "jardines portátiles", bandejas metálicas que se integraron y encajaron entre las losas de los pisos, volviendo al elemento floral parte material y constructiva de la entera casa: un verdadero himno al arte total. Violentamente reabrimos los ojos, y el perfume de las flores deja espacio a la realidad contada por Fulvio Irace que, al describir a Caracas de noche, habla de "una carbonera ardiente, un escenario de catástrofe atómica que se traga lo poblado y le otorga a El Cerrito la imagen del inesperado y precario refugio de las urgencias del fuego." Los barrios han devorado la megalópolis, asediando así a las escasas y precarias balsas de la belleza. La diamantina, la otro pequeña joya de Ponti, fue ya destruida para dejar espacio a la ciega especulación. Y entonces, para rechazar el horror del presente, aún es bello cerrar los ojos y probar volver a pensar en aquel tiempo: cuando la arquitectura de una casa era como una historia contada en poesía sobre la intensa relación entre un arquitecto milanés y una pareja de venezolanos, iluminados y apasionados por las flores. Y que luego, en esa casa, vivieron por muchisimos años, felices y contentos."/
"C'era una volta un architetto che parlava di architettura moderna ai tropici, e che per progettare una casa spediva lettere e telegrammi, o parlava lungamente al telefono: "cercando di afferrare una materia impalpabile per trasformarla in arte". La favola di villa Planchart, originariamente El Cerrito, ce la racconta Antonella Greco, e basta chiudere gli occhi per anticipare con l'immaginazione le ceramiche di Melotti, i colori dell'opera di Morandi, le lacche bianche e nere di Fornasetti, piuttosto che gli ingranaggi di una tecnologia ancora ingenua, inventata per fare muovere setti e pareti e permettere allo sguardo di traversare verso ogni dove. Poi Hannia Gomez scrive della signora Anala Braun, e dei suoi ricordi: del marito Armando Planchart Franklin, e dell'amico architetto milanese, che ogni volta che veniva a trovarli, andava poi via con le tasche piene di foglie raccolte in giardino.
Il Gio Ponti, quello che nel '53 gli faceva immaginare che casa loro sarebbe stata "leggiadra come una grande farfalla in cima alla collina". Villa Planchart, appunto, adagiata su una collina di Caracas. Tutto comincia in via Dezza 14, a Milano: è il 1953, e i coniugi Planchart hanno ottenuto, tramite l'ambasciata venezuelana, un appuntamento con Gio Ponti. Sono tutti e tre seduti attorno al tecnigrafo, la luce sfugge tra le persiane e rimbalza sul pavimento, illuminando plastici e modelli, disegni tecnici e schizzi, copie di Domus ovunque, quando Ponti domandò "bene, ditemi che cosa vi aspettate da una casa": domanda meravigliosa, decisiva, intima, che pone il tema dell'abitante come primo e imprescindibile vincolo di progetto. Anala rispose che avrebbe voluto vedere la splendida montagna Avila da ogni lato mentre il signor Planchart chiese che la sua collezione di orchidee, duemila esemplari, potesse essere completamente contenuta tra le mura della casa. Quindi, una casa senza mura, che contenesse delle orchidee e che permettesse di osservare una montagna da ogni angolo: Ponti cominciò a disegnare immediatamente. Mostrò ai coniugi un primo schizzo, una casa bassa con molteplici archi: "non mi piace" disse subito la signora Planchart, "voglio una casa moderna!".
Così, manifestato anche l'ultimo vincolo, adesso si poteva cominciare a progettare. E il secondo schizzo, questa volta tracciato con più attenzione e cura, lascia partire i Planchart consapevoli che stanno per realizzare la casa della loro vita. Da questo momento in poi il progetto diventa poesia, intima relazione tra l'architetto e i committenti, tra cui si instaura un rapporto epistolare, e non solo. Lettere, telegrammi e dispacci capaci di raggiungere i Planchart ovunque: anche sulla nave Stella Polaris, mentre i coniugi stavano raggiungendo Capo Nord. Più di cinquecento comunicazioni che promettevano, anticipavano, raccontavano ogni istante progettuale che attraversava lo studio di via Dezza e la creatività del maestro. E come poesia, l'abitante che entra nella casa viene stordito dal profumo delle orchidee, ancor prima che dall'architettura e dalle opere d'arte in essa contenute. Gli orchideari sono altrove, raggiungibili attraverso un lungo cammino, autentica promenade, mentre le orchidee fiorite sono sistemate ovunque all'interno della casa: in una staffetta continua tra nuova fioritura e appassitura. Ponti ideò delle 'fioriere' e dei "giardini portatili", vassoi metallici che si integravano, e incastravano, nell'impaginato dei pavimenti, rendendo l'elemento floreale parte materica e costruttiva dell'intera casa: vero inno all'arte totale. Violentemente riapriamo gli occhi, e il profumo dei fiori lascia spazio alla realtà raccontata da Fulvio Irace che, nel descrivere Caracas di notte, parla di "una carbonella ardente, scenario da catastrofe atomica che inghiotte l'abitato e conferisce a El Cerrito l'immagine di inaspettato e precario rifiuto dall'urgenza del fuoco". Le favelas hanno divorato la megalopoli, assediando così sparute e precarie zattere di bellezza. La diamantina, altro piccolo gioiello di Ponti, è già stata distrutta: per lasciare spazio alla cieca speculazione. E allora, per respingere l'orrore del presente, è ancora bello chiudere gli occhi e provare a ripensare a quel tempo: in cui l'architettura di una casa era come una storia raccontata in poesia, intenso rapporto tra un architetto milanese e due coniugi venezuelani, illuminati e appassionati di fiori. E che poi, in quella casa, ci vissero per moltissimi anni, felici e contenti."